El deseo de Dios es poder expresar todos sus atributos divinos a través de la raza humana. Por eso dice la Escritura en Génesis 1:26 que nos hizo a su «imagen y semejanza». El propósito original de Dios es que la humanidad sea portadora de su gloria, una proyección de sus atributos eternos en la Tierra. En otras palabras, un pueblo adorador, uno que vive para la honra de Dios. La humanidad fue creada para adorar a Dios, para cantar la melodía del corazón de Dios.
Como sabemos, el diablo, aquel ser angelical en que se halló maldad (Ezequiel 28:15) por primera vez en el Cielo, trajo su cizaña a la tierra y su sonido infernal (Isaías 14:11-12), causando, por medio del pecado de Adán, la caída y la separación de la humanidad de la gloria de Dios (Romanos 3:23). La decisión rebelde de Adán produjo que se introdujera en la tierra por primera vez, el sonido infernal de la iniquidad. Pues al pecar, Adán se unió en armonía con la rebeldía satánica y por ende le entregó todo su dominio al diablo (Mateo 4:9).
Pero nos preguntamos: ¿se daño el plan original de Dios por la caída de Adán? Realmente nunca se ha dañado, ni se dañará. Dios en su omnisciencia y presciencia sabía que el ser humano cometería pecado. El pecado de Adán no lo tomó por sorpresa. Por lo cual Dios desde antes de la fundación del mundo, en la eternidad pasada, escogió a su Hijo Jesucristo para ser nuestro Salvador, el Rey y Señor de una humanidad perfecta, sin mancha y sin arruga delante de él (Efesios 1).
Así que luego de la caída de Adán, se manifestó inmediatamente el plan soberano de Dios de mostrar su gracia a la humanidad. Por eso dice la Escritura que inmediatamente Dios pronosticó la venida del Mesías redentor y sacrificó un animal para cubrir la desnudez de Adán y Eva (Génesis 3:15,21).
Desde la caída de Adán y Eva y según la profecía mesiánica de Génesis 3:15, el Cielo comenzó a preparar el camino para la venida del Mesías Redentor, la simiente de la mujer que se pondría de acuerdo con la voluntad divina para establecer la voluntad de Dios nuevamente en la Tierra, uno hombre «entendido» que cantaría la misma melodía del Cielo y clamaría por la voluntad de Dios en la Tierra (Salmo 53).
En el preparar de ese camino, sabemos de hombres y mujeres de fe como Abel, Enoc, Noé, Abraham, Sara, Moisés, Ester, Débora, Elías y David, entre otros (Hebreos 11). Ellos fueron personas que desarrollaron en su vida, por la gracia de Dios, una sensibilidad mayor a la melodía del Cielo y se convirtieron en precursores del plan divino de redención. Pero ninguno de ellos vivió sin pecado, sino que por la fe fueron justificados delante de Dios (Hebreos 11).
Veamos el caso de David por ejemplo. David fue uno estos que halló gracia delante de Dios. Uno de los que sintonizaba bien y cantaba la melodía del Cielo. David era conocido por Dios en el Reino Celestial. La melodía de su vida armonizaba muy bien con la melodía del Cielo. Por eso fue llamado varón conforme al corazón de Dios (1 Samuel 13:14). Porque el corazón de David anhelaba las mismas cosas que Dios anhelaba.
David por medio de su vida de adoración había hallado favor delante de los ojos de Dios y por eso fue exaltado como Rey a su debido tiempo. La Biblia relata que David tocaba su arpa y el demonio que atormentaba a Saúl se alejaba temporeramente. ¿Por qué temporeramente? Porque Saúl había caído de la gracia por unirse al sonido de infierno, la desobediencia. Quien tenía gracia y favor era David, Saúl no recibía gracia y favor por su terquedad. Eventualmente Saúl desarrolló envidia de David porque Dios estaba con David y lo había abandonado a él (1 Samuel 18:12).
Así como David hay numerosas historias en la Biblia, de gente que decidió cantar la melodía del Cielo en lugar del sonido del infierno. Gente que escogió la obediencia, en lugar de la rebeldía y por eso vieron la mano de Dios manifestarse poderosamente en sus vidas.
Desde la caída del ser humano no sólo hay una canción en el Cielo, sino que la Tierra emite también un sonido, el doloroso y ansioso lamento por la restauración de todas las cosas (Romanos 8:18-27). La Biblia dice que Dios desde entonces está buscando adoradores (Juan 4), gente que se ponga de acuerdo con él para establecer su voluntad nuevamente en la Tierra. Pero sabemos que la búsqueda del Cielo no tuvo cumplimiento hasta que vino Jesucristo, pues dice la Escritura que Dios buscó en toda la Tierra y que no se halló a nadie justo, ni uno siquiera (Salmo 53). No se halló nadie justo, nadie que se pusiera en la brecha por la humanidad, por eso Dios el Hijo se despojó de su forma divina y tuvo que venir personalmente en forma de hombre para salvarnos. Jesucristo fue el único ser humano que vivió en obediencia, entonando a la perfección la melodía del Cielo, y sufrió el padecimiento de la Tierra durante toda su vida, hasta la muerte. Por eso Dios lo recompensó y lo exaltó a lo sumo, devolviéndole la gloria que abandonó en obediencia a su Padre y su plan soberano de salvación (Filipenses 2).
Ahora nosotros, los hijos de Dios, la Iglesia de Jesucristo, debemos tener el mismo sentir que hubo en él, entonar la misma melodía y convertirnos en verdaderos adoradores que adoren al Padre en Espíritu y en Verdad, abriendo paso a la restauración de todas las cosas (Hechos 3:21), establecimiento de su voluntad en la Tierra (Mateo 6:10,33). ¡Comencemos al cantar la melodía del Cielo!
A continuación 10 formas en que cantamos la melodía del Cielo:
A continuación 10 resultados de una vida que canta la canción del Cielo:
Renunciemos hoy al doble ánimo (Santiago 4:8-10) y decidamos de una vez y por todas ser los cantantes de la melodía del Cielo, los adoradores que el Padre está buscando. Sólo así la gracia y el favor del Señor se derramará para ir de victoria en victoria.