Por: Freddy Miller Santana
Para muchas personas la iglesia es un lugar donde pueden escuchar buena música y un buen mensaje motivador. Muchos de nosotros en algún momento hemos catalogado un culto de domingo como bueno, malo o regular. Al día de hoy, el mensaje del Evangelio es el pan que la mayoría quiere consumir, pero la semilla que pocos nos esforzamos en sembrar. Nos hemos vuelto excelentes consumidores, pero deficientes como sembradores. Consumimos muy bien lo que produce la unción de otro siervo o sierva de Dios, pero hemos sido perezosos en buscar nuestra propia unción. Pero esto no es un asunto nuevo, la realidad es que este dilema lo enfrentó Jesús en los inicios de su ministerio también. Él dijo hace un par de milenios atrás:
A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies (Mateo 9:37-38).
Con esto no quiero decir que este mal ser un consumidor del mensaje del Evangelio. De ninguna manera. ¡Todos necesitamos consumir el delicioso pan de vida, que es la Palabra de Dios! Pero es importante que entendamos que el mensaje del Evangelio no se limita a la salvación y la prosperidad personal. Una vez recibida la salvación por la fe en Jesús, el regalo más preciado y costoso del universo, es necesario entrar en la dimensión de servicio, sacrificio y entrega de la vida cristiana. En otras palabras, es necesario obedecer el llamado a ser obreros del Señor, testigos eficaces de Jesucristo para el resto de la humanidad. El Señor dijo:
Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura (Marcos 16:15).
Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8).
Quiere decir que al entrar en la vida cristiana se requiere que aceptemos sus dos dimensiones fundamentales: la dimensión de la restauración personal que comienza con la salvación y la dimensión del servicio a otros, es decir, el testimonio. El Señor vino a darte vida y vida en abundancia (Juan 10:10), pero la abundancia no es para el consumo personal, sino para compartir la vida con otros, convertirnos en colaboradores de Dios, obreros de su viña, receptores del ministerio de la reconciliación (1 Corintios 3:9: 2 Corintios 5:17-19). Tú y yo hemos recibido el llamado para ser sal de la tierra y luz del mundo:
Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder (Mateo 5:13-14).
Alguno podría preguntarse: ¿qué es eso de ser sal o luz, colaborador de Dios o testigo de Jesucristo? En palabras sencillas, todo esto de ser sal, luz, colaborador, testigo o servidor, no es otra cosa que compartir con otros el mensaje de Jesucristo, no sólo con palabras, sino con hechos, no sólo recitando el texto bíblico, sino demostrando cómo el mismo ha transformado nuestras vidas.
Ahora bien, si usted ya ha reconocido y aceptado que el Evangelio no sólo es para consumo personal, sino para servir a otros, para dar testimonio a las vidas que nos rodean. ¿Cómo podemos entrar y ejercer eficazmente la faceta del servicio? Según las Escrituras tres cosas te capacitan para hacer bien tu labor como servidor de Jesucristo: (1) haberlo recibido a Jesús como Salvador personal, (2) vivir en comunión íntima con él y (3) ser instruido y guiado por el Espíritu Santo. Veamos en detalle cada una:
Haber recibido a Jesús como Salvador personal. En Hechos 19 hay un relato muy peculiar acerca de unos hombres religiosos que intentaban echar fuera un demonio. Ellos imitaban a los cristianos diciendo: «te reprendemos en el nombre de Jesús, el que predica Pablo» y el demonio se mofó de ellos y les dio tremenda paliza luego de haberles dicho: «Conozco a Jesús, y sé quién es Pablo, pero ustedes ¿quiénes son?» Esta historia nos enseña que tratar de testificar de Jesucristo, sin haberlo recibido como Salvador, puede resultar muy peligroso, porque al testificar enfrentamos un mundo espiritual de maldad que reconoce si existe o no la autoridad genuina de un creyente, nacido de nuevo y lavado por la sangre de Jesucristo. No intente salvar a otros, si usted mismo no ha recibido la salvación por la fe en Jesucristo. ¿Cómo podemos hablar bien de una persona que no conocemos personalmente?
Vivir en comunión íntima con Dios. La Biblia dice en Salmos 25:14:
La comunión íntima de Jehová es con los que le temen,
Y a ellos hará conocer su pacto
El Nuevo Diccionario de la Biblia dice que la palabra comunión transmite la idea de amistad y conocimiento profundo. En otras palabras para ser un servidor eficaz de Jesucristo debemos vivir en amistad y conocimiento profundo de él. No hay forma de desarrollar tal comunión, sin dedicar tiempo cada día para hablar con Dios y escuchar sus palabras con la actitud correcta. Además de hablarle y escucharle, debemos también amarle sobre todas las cosas y poner en acción sus mandamientos con un sentido de profundo deleite.
Ser instruido y guiado por el Espíritu Santo. El creyente debe procurar con diligencia conocer al Espíritu Santo y ser bautizado en Él. El Espíritu Santo es el Consolador del que habló Jesús, el que está con nosotros desde el momento en que recibimos a Jesús como Salvador, el que nos guía a toda verdad y justicia, y el que nos capacita con poder para testificar eficazmente de Jesucristo. Veamos Juan 15:26-27.
Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio.
Para ser un testigo poderoso del Señor debemos depender totalmente de la persona del Espíritu Santo. Él nos brinda las instrucciones específicas en nuestro caminar con Dios, instrucciones que podemos escuchar en todo momento, pero especialmente cuando leemos la Biblia y oramos. Él hace que entendamos la verdad y produce la transformación de nuestro pensamiento. También el Espíritu Santo produce las señales milagrosas que dan testimonio del poder del Reino de Dios y la obra de redención de nuestro Señor Jesucristo. Le invito a profundizar en su relación con el Espíritu Santo, para que el Espíritu Santo en usted forme un equipo invencible de testimonio genuino y sobrenatural. Cuando usted colabora con el Espíritu Santo, usted se encarga de hablar las Palabras del Señor, demostrar con sus acciones el amor del Señor y ser un modelaje de una vida transformada por el Señor, y el Espíritu Santo se encargará de revelar a Jesucristo y la obra de redención a las personas a través de sus palabras y acciones.
Le animo a pasar al siguiente nivel, el de ser testigo eficaz del Señor, un servidor poderoso del Reino de Dios. Le exhorto a dejar de ser un cristiano que sólo consume para sí los beneficios del Evangelio, a ser un cristiano que comparte con otros la sobreabundancia de vida que el Señor le ministra constantemente. Le impulso a salir de la zona de comodidad para entrar a formar parte de los obreros de la viña del Señor, a dejar de ser un espectador para ser un jugador del equipo del Reino de Dios. No se tarde mucho en tomar esa decisión pues hay muchas vidas perdiéndose a su alrededor, quizá en su propia casa o vecindario. Responda hoy al llamado del Señor y pase de ser un consumidor a ser un servidor. ¡Solamente se necesita que un hombre o mujer responda al llamado de Dios para comenzar un avivamiento a nivel nacional!