Cuando se habla de intimidad se habla de cercanía y la libertad que podemos disfrutar en una relación. La capacidad de ser nosotros mismos sin máscaras y miedos. Tener intimidad con Dios es vivir en una relación abierta con él, sin hipocresía, máscaras y miedos. Implica ser genuinos y sinceros con Él.
La intimidad también exige fidelidad. Pues en nuestras relaciones hay niveles de confianza y respeto que no deben ser violentados o traicionados. Por ejemplo, en la relación matrimonial, existen reglas que no deben ser violentadas. Debemos tratar a nuestra pareja de una forma respetuosa. Por otro lado cuando estamos casados, no podemos llevar otras relaciones a niveles iguales o superiores de confianza e intimidad. Pues estaríamos fallando a nuestra relación con la pareja.
De la misma manera, Dios debe ocupar un espacio íntimo en nuestros corazones que nadie más debe ocupar. Y las cosas que hacemos para él, no las debemos hacer para otros. En Mateo 6 se habla de tres cosas que una persona justa y piadosa debe practicar para honrar a Dios: la dádiva a los necesitados, la oración y el ayuno. En las tres disciplinas, Jesús dice que debemos procurar hacer estas cosas sólo para ser vistos por nuestro Padre Celestial y no por los seres humanos.
Cuando ofrendamos, oramos o ayunamos para ganar el aplauso de los seres humanos, estamos traicionando nuestra intimidad con Dios, faltándole el respeto y siendo infieles a él. Por lo cual desechamos también su gracia y favor.
El poder en la vida del cristiano no emana de la grandeza de su presentación pública, sino de la grandeza de sus actos privados, aquellos que sólo Dios y algunos familiares muy cercanos conocen. Dios Padre busca estos adoradores, aquellos que miran cada momento privado como la oportunidad para realizar un poderoso acto de adoración.
Esta semana te invito a reflexionar en las siguientes lecturas a manera de devocional diario: